Por Luis Latorre.
Enloqueció Chicago, una de las urbes fabriles más formidables del mundo, donde los millonarios manufactureros triunfadores del Norte luego de la guerra de secesión, anunciaron un sueño dorado al proletariado. De que trabajando con ellos les aguardaba un futuro venturoso. Hacia ese confín partieron desplazándose como manadas a entregar al capital sus energías y sudor. Veteranos del conflicto civil, arruinados campesinos, asiáticos restantes de la construcción del ferrocarril, negros sin derechos ni a votar, pero considerados libres, sumados con otros que arribaron a los puertos evadiendo lejanas regiones de hambruna, unidos, desorientados entre un crisol de dialectos; son rusos, polacos, alemanes, algún italiano ostentando sendos mostachos, y cerrando el reguero camarillas de irlandeses, bebedores crónicos y camorreros dando un toque de inquieto al gentío, muchos dominan con maestría numerosos oficios como el de, herrero, zapatero, zinguero, carpintero, sastre, hay hasta músicos y alguno con entendimiento libertario, aprendido de los escritos por un filosofo solitario y pobre llamado Karl Marx.
En las afueras, hondonadas laderas se transforman en un bosque, de carpas a rayas rojas y blancas, parecen bonetes sobre el oscuro verdor, allí las familias extraen agua a fuerza de rondana, como un raro adorno se hamacan humildes prendas en las cuerdas, y lejos bajo arboles los excusados de tablas procuran dar un toque higiénico al naciente barrio obrero, tan frágil a los tornados, y al manto helado que llega desde Canadá.
Aquellos sencillos seres conocen el ogro llamado fabricas, que con el pitar de las sirenas los llama abriendo las fauces de chirriantes portones, donde tragándolos por catorce o dieciséis horas los escupe desde sus entrañas, como una mancha compacta de muñecos deshechos con andar cansino, allí robotizados envejecen rápido y valen menos que un engranaje… cuando regresan a sus tiendas se tumban exhaustos casi sin comer, olvidando al amor, dominados por el dolor de huesos y el sueño. El molestos silbato marca las jornadas en un espiral sin control, levantarse, trabajar, comer rápido, dormir poco, poco tiempos para ellos y mucho menos tiempo para saber del mundo circundante.
Pero hoy, 1 de Mayo de 1886, se inundaron las calles con aquellos que ni siquiera se los llamaban trabajadores, sino (productores), reclamando por ocho horas laborales, ante la protesta chillan los empresarios golpeando puerta de las autoridades, provocando el choque entre obreros y policías, hermanos divididos por la disposición del sistema. Los hastiados manifestantes saben que correrá sangre, pero lo prefieren. Toman prisioneros a supuestos organizadores del mitin, pues apremia castigar para aplacar, las condenas son rápidas e implacables, para aquellos que serán llamados (Los Mártires de Chicago) cuyos nombres quedaran en la historia de la justicia del trabajador. Samuel Fielden, pastor y obrero textil de origen ingles, Michael Schwab y George Engel tipógrafos condenador a prisión perpetua; Oscar Neebe vendedor estadounidense; Adolph Fischer, periodista alemán; August Spies y Albert Parsons, que no estaban en el lugar, pero se entregaron para estar con sus compañeros, fueron sentenciados a la horca, sumado un joven carpintero que se suicido en la celda, de nombre Louis Lingg.
Discussion about this post