La luna brillaba en lo alto del cielo, gigante y majestuosa, y en el suelo, las sombras de los
árboles formaban tenebrosas figuras, y detrás de uno de ellos me encontraba yo, en silencio, con
la respiración agitada y los ojos bien abiertos, intentando esconderme.
¿Realmente creía que iba a salvarme? ¿De verdad creía que iba a salir ilesa de aquella
situación, después de que todos los demás habían muerto? Todos los demás, que habían sido
mucho más fuertes, más inteligentes, más capaces y llenos de vida que yo.
No recuerdo haberme encontrado en buen estado físico jamás en mi vida. Así que no podría
continuar corriendo por mucho más. Tampoco era demasiado buena para guardar silencio o
esconderme. Siempre solía sentir deseos de estornudar, o toser, o dejar caer algún objeto que
ocasionaba un ruido estrepitoso al alcanzar el suelo, o tropezarme con cualquier cosa que se
encontrase allí abajo, todo en el momento más inoportuno. Estaba segura de que pronto
descubriría mi ubicación. Y debo reconocer que tampoco me he tratado nunca de una persona
de aquellas que transpiran motivación, de aquellas con mil motivos para vivir y fuerza extra para
seguir adelante, así que no tenía aquel empuje de querer continuar, el empuje suficiente que me
llenase de adrenalina y de fuerzas para evitar que aquel fuera mi final.
No oía sus pasos, ni su respiración, ni tampoco sus gritos. Había estado gritándome como un
maniático hasta hacía unos minutos atrás, llamándome por mi nombre, como si estuviéramos
jugando a las escondidas inocentemente. «Angie, ¿dónde estás?», «Angie, no te escondas»,
«Angie, voy a encontrarte» Y entonces se reía como un loco, como un desquiciado, como un
psicópata, como si ya hubiera hecho aquello miles de veces y disfrutara de la cacería de personas
como de ninguna otra cosa en la vida.
Probablemente yo me trataba sólo de una presa más. Probablemente esperaba volver a cazar
todas las veces que le fuera posible.
¿A cuántos más les quitaría la vida? ¿A cuántos más engañaría como lo había hecho con
nosotros, y destruiría lenta y dolorosamente? Y yo era la única allí capaz de detenerlo. La única
que sabía toda la verdad. La única sobreviviente.
Pero, ¿cómo detenerlo? No tenía arma, ni nada que se le asemejase. Incluso si consiguiera
hacerme con una rama, ¿qué daño podría hacerle con ella? Él había sido más que astuto al
conducirme hasta allí sin ningún objeto más que mis ropas, ni siquiera mi teléfono. Estaba sola,
completamente sola, asustada y desamparada, y sabía que toda acción que realizase de allí en
adelante era de vida o muerte. Cualquier ruido, cualquier movimiento, cualquier duda, todo
podía tratarse de lo último que hiciera en mi vida.
Realmente esperaba no sufrir. Esperaba que no me torturase, que me diera una muerte
rápida, y que mis padres encontraran mi cuerpo pronto; que no me dieran por desaparecida y
me buscaran durante demasiado tiempo, con esperanzas de encontrarme. Que me encontraran
pronto, y quizás comenzaran a investigar todo el asunto, y dieran con él.
Ah, seguro él se encontraría demasiado lejos para ese entonces. En otro país, en otro
continente, planeando su próximo ataque.
Y no tendríamos justicia. Ni mis amigos ya muertos, ni yo, ni aquellos a los que había matado
con anterioridad. Lo de Luciano sería un suicidio. Lo de Javier sería una sobredosis. Lo de Alejo
sería una desaparición, pues hacía tiempo deseaba largarse de este aburrido pueblo. Y lo mío
sería un femicidio. Ninguna muerte estaría conectada. Nadie podría jamás relacionarlo con
nosotros. ¿Cómo lo harían? Lo habíamos conocido por las redes sociales, lo habíamos invitado a
conocernos y probar si se trataba del indicado para unirse a nuestro grupo, aquel talento que
estábamos buscando; y nunca nadie más que nosotros lo había visto, ni conocían su nombre, su
edad, ni su aspecto físico. Para nuestros padres y amigos era sólo un nombre, una persona que
solía reunirse con nosotros. Pero no conocían nada más. Nunca habían estado allí.
Incluso si a alguien le empezaba a parecer todo demasiado sospechoso, no podrían dar jamás
con aquel fantasma que solía reunirse con nosotros. En lo que a ellos respecta, él también podría
haber sufrido una muerte similar. O quizás era que estábamos malditos. Todos nosotros, desde
que habíamos comenzado a juntarnos. Habíamos caído uno por uno de desgracia en desgracia. Y
todos nos compadecían, pero no pensaban que había un sociópata detrás de todo aquello. Nadie
pensaba que Luciano hubiera sido asesinado, en vez de haberse quitado la vida; no después de
aquella depresión que siempre lo había aquejado. Nadie pensaba que Javier había sido drogado,
en vez de consumido las drogas él solo, pues bien sabido era que las consumía por cuenta propia.
Y nadie dudaba de que Alejo se había marchado, pues siempre había sido bien claro en cuanto a
que ni bien tuviera los medios, los utilizaría para marcharse de aquí y no volver jamás.
Y en cuanto a mí, cuando muere una mujer en el país cada treinta horas por un femicidio,
¿quién iba a sospechar que mi muerte se encontraba relacionada con la de mis amigos? Si uno se
había suicidado, otro se había pasado de drogas, otro se había marchado y a mí me habían
matado. En lo que a ellos atañe, sólo yo había sido asesinada. Y podría haber sido cualquiera.
Cualquier desquiciado que nada tuviera que ver conmigo, o mis amigos.
Había estado intentando encontrar el cuerpo de Alejo durante semanas. Todos habían creído
lógico que se hubiera marchado sin dar ninguna explicación, después de la muerte de Luciano,
que había sido su amigo desde la infancia, y Javier, que se trataba de su primo. «Después de todas
esas desgracias tiene sentido que se fuera, más cuando ya quería irse desde antes», solían decir, y
creo que hasta yo lo creí durante unos momentos. Si me hubiera dado cuenta antes, quizás no
me encontraría ahora aquí, escondida, esperando por mi turno para morir. Pero no lo noté. Él
había sido muy inteligente. Lo había planeado todo, hasta cada mínimo detalle, de modo tal que
había asesinado a tres personas y nadie creía siquiera que se tratasen de asesinatos. Ahora iba a
por mí, y yo sería un número más en la lista de femicidios, otra chica asesinada cada treinta
horas en esta triste realidad.
Por eso yo sabía que tenía que encontrar el cuerpo de Alejo. Encontrar su cuerpo significaba
dar con el crimen. Ya no sería un suicidio o una sobredosis. Sería un asesinato. Y aquello podía
llevar a sospechar de las muertes anteriores y dar comienzo a una investigación. Aunque no
estoy segura de si habrían llegado a algo de haber sido así, a decir verdad.
No había dado con el cuerpo de Alejo, aunque sí había dado con lo que necesitaba para
percatarme de lo ocurrido. No había sido suficiente para llevar a la policía, ni a mis padres, ni a
nadie. Era sólo algo que había oído, y algo que había sentido. Un presentimiento de que mis
amigos no podían estar desapareciendo así como así. Porque yo los conocía. Porque yo sabía que
Luciano no se hubiera quitado la vida. Porque yo sabía que Javier nunca consumía demasiado.
Porque yo sabía que Alejo jamás se habría marchado sin decir adiós. Yo conocía a mis amigos, y
nadie me podía decir lo contrario. Yo sabía que algo andaba mal, y por eso no me quedé allí, en
el molde, y comencé mi propia investigación.
No me había llevado demasiado lejos como para tener pruebas. Y, además, me habían
descubierto. Ahhh, siempre mi intuición tuvo razón. Nunca supe cómo llamarlo, ni tampoco
darle explicación. Algunas cosas simplemente las sabía con ver una palabra, un “me gusta”, un
gesto. Lo sentía en el alma, y terminaba siendo cierto. Aquello había sido así. Mis amigos no
habrían hecho nunca por ellos mismos lo que en teoría habían hecho, así que tenía que haber
otra persona involucrada. ¿Cuáles pruebas tenía de que había sido él? Ninguna. Pero lo sentía en
el alma.
Lástima que lo sentí demasiado tarde.
Me pregunté qué habrían pensado mis amigos momentos antes de morir. Luciano
seguramente había sido ahorcado, para luego poder simular su suicidio al colgarlo del techo con
aquella soga. Había sido el primero en morir, así que probablemente lo único que sintió fue
sorpresa, todo esto suponiendo que había visto quién era su atacante. Probablemente intentó
defenderse durante unos minutos hasta que el aire se le acabó. Probablemente murió pensando
en cuán injusto era todo aquello que le estaba ocurriendo.
Javier probablemente no lo notó. Habría comenzado a sentirse mal, demasiado mal. Se habría
dormido, para luego terminar ahogándose en su propio vómito. No creo que él haya pensado en
nada. Supongo que todo ocurrió demasiado rápido como para eso. O quizás el psicópata quiso
mostrarse ante él, para que antes de morir conociera el rostro de su asesino. Y entonces quizás se
habría percatado de que algo estaba mal, de que algo estaba muy mal, pero no había tenido
fuerzas para moverse o defenderse. Se había dormido para jamás despertarse.
¿Y Alejo? Eso sí que era imposible de saber. Existían miles de formas posibles de habérselo
cargado. Si tan sólo hubiera podido dar con su ubicación la noche que desapareció. Si hubiera
tenido la mente de aquellos detectives de películas que siempre descubren todo con una pista
que les parece inútil a todos los demás. Entonces habría encontrado su cuerpo, y todos habrían
dejado de verme como a una loca cuando decía que mis amigos habían sido asesinados, y todo
hubiera sido diferente.
Si tan sólo hubiera sospechado de él un poco antes… Entonces podría haber tomado todas las
precauciones necesarias para defenderme. Habría conseguido un arma. Me habría asegurado de
siempre andar con alguien, y nunca sola. Qué se yo. Habría hecho miles de cosas diferentes.
Pero supongo que hasta yo creí que estaba un poco loca al sospechar, y sobre todo, al
sospechar de él. Y tantos me habían convencido de que mi intuición estaba equivocada, que no
me lo había tomado tan en serio como debería habérmelo tomado. Como yo sabía que era. Como
mi intuición bien sabía.
¿Y si lograba salir de allí con vida? ¿Y si llegaba a mi casa corriendo, empapada en sudor, con
los ojos desorbitados, gritando a los cuatro vientos que había sido perseguida por el asesino que
había acabado ya con todos mis amigos?
«¿Y dónde están las pruebas?», me preguntarían. «¿Y dónde está él?»
Porque nadie lo conocía. Nadie lo había visto jamás. Y para ese entonces, ya no existiría ni en
las redes sociales, ni en ningún lado. O si existiría, sería la palabra de él contra la mía. Él tendría
sus coartadas, y yo sería la loca que había perdido la cabeza porque todos mis amigos habían
muerto de aquellas formas espantosas.
¿Y acaso no era cierto? ¿Acaso no había perdido ya la cabeza?
«¡Angie!», oí una voz a la distancia. Una voz grave y rasposa que bien conocía. «Angie,
querida, ¿dónde estás?»
Hacía frío, demasiado frío. No podía sentir los dedos de mis manos ni tampoco los de mis
pies. Salía humo blanco de mi boca cada vez que respiraba. Y comencé a reírme. Comencé a
reírme a carcajadas, como una lunática.
Cuento de Cindy Moreno.
Discussion about this post